lunes, 27 de abril de 2020

La desaparición del niño Felipe y el "milagro" de Nuestra Señora.


 Entre el invierno y la primavera de 1761 hubo en La Fueva una epidemia[1] que afectó principalmente a los niños menores de 12 años. En su desesperación, los padres de las criaturas enfermas se encomendaban a la Virgen de Bruis con la promesa de que, si éstas sanaban, acudirían a su santuario como muestra de agradecimiento. Con esa intención se presentó en Bruis José Zazurca en la mañana del domingo 21 de junio, acompañado de su esposa, Teodosia Castillón, y de sus tres hijos, procedentes todos ellos de El Humo de Rañín, su lugar de residencia.

Historia de la desaparición de un niño de Rañín en el santuario de Bruis
Santuario de Bruis.                                                Foto: Chema Vías

 Ese día el santuario presentaba una gran concurrencia de público ya que, como todos los terceros domingos de mes, se celebraba allí la misa y procesión de la Cofradía de La Minerva. En medio del gentío, José Zazurca y su mujer se despistaron y perdieron de vista a Felipe, uno de sus hijos, de 10 años de edad. Tras intentar localizarlo en vano, los padres dieron la voz de alarma y muchos de los asistentes a los oficios religiosos comenzaron a buscarlo en el interior de los edificios del santuario y por todos los caminos y campos del entorno. El ayuntamiento de Palo instó a sus vecinos para que se sumaran a las labores de búsqueda. Por la tarde, una fuerte tormenta interrumpió el rastreo y éste no se pudo reanudar hasta el día siguiente. Se organizó una batida conjunta formada por vecinos de Palo y de Rañín, llegando hasta la desembocadura del río Usía en el Cinca, pero todo fue en balde: no había rastro del pobre Felipe.


Historia de la desaparición de un niño de Rañín en el santuario de Bruis
Se buscó a Felipe en todas las dependencias del santuario. Foto: Chema Vías

 Como pasaban los días y no se producían novedades en el caso, las gentes de la zona comenzaron a buscar culpables de la desaparición: unos decían que era cosa de brujas, otros, del Diablo y, algunos, de los propios clérigos del santuario, a quienes acusaban de ocultar al niño para que se lo llevase el pintor que estaba decorando en aquellos días la sacristía del templo. Juan Lissa, tío del desaparecido, prometió a la Virgen un donativo de 20 reales para que intercediera por su aparición, ya fuera vivo o muerto.

 La noticia del triste suceso se extendió por toda la provincia y se corrió la voz de que en Bruis se robaban niños. Como consecuencia de ello, muchos feligreses dejaron de asistir al santuario acompañados de sus hijos.

 El 21 de julio, aprovechando que el día anterior había llovido, una vecina de Palo llamada María López, se dirigió a la partida de Cortanaz para segar algo de mies que se había quedado sin cosechar por estar demasiado seca. Cuando se disponía a cruzar el barranco por un pequeño portillo, descubrió, atravesado en fondo de su cauce, el cuerpo sin vida del pequeño. Éste se hallaba vestido con la misma ropa que llevaba el día de su desaparición y apenas presentaba muestras de corrupción, pese al tiempo transcurrido desde entonces. El único signo de violencia que mostraba era un golpe en la cabeza.

Tras ser reconocido por la justicia y familiares, el cadáver fue trasladado a la iglesia de Palo, donde recibió sepultura.  El tío y los padres de Felipe acudieron posteriormente al santuario de Bruis para cumplir con la promesa realizada a la Virgen.


Historia de la desaparición de un niño de Rañín en el santuario de Bruis
Antiguo camino a Morillo de Monclús.                       Foto: Chema Vías


 Todo parece indicar que el día de su desaparición el niño habría salido de Bruis por el antiguo camino de Morillo y, al llegar a la altura de la balsa que tenían los de casa Sánchez en Cortanaz, lo perdió y tomó el sendero que se dirige al barranco. Al intentar cruzarlo caería al fondo del mismo, falleciendo como consecuencia de un fuerte golpe en la cabeza. La tormenta que cayó esa tarde arrastró mucha tierra y broza, quedando el cuerpo del infortunado oculto a la vista de los que lo buscaban. Y así debió permanecer durante un mes, hasta el día 20 de julio, cuando una nueva tormenta limpió el cauce del barranco y el cadáver quedó al descubierto. Según testimonio de algunos vecinos de Palo, una bandada de cuervos habría estado volando y graznando alrededor del barranco un par de semanas antes del hallazgo del infortunado.

 El relato de los hechos ha llegado hasta nosotros gracias a Manuel López, entonces prior de Bruis. Parece ser que en aquella época las rentas del santuario habían disminuido de manera considerable y el prior pensó que dejando constancia por escrito[2] de las gracias y favores que la Virgen de Bruis dispensaba a sus creyentes, la fama de ésta se acrecentaría y volverían las dádivas y limosnas de los fieles, recuperándose así el esplendor del santuario.



Historia de la desaparición de un niño de Rañín en el santuario de Bruis
Narración de Manuel López, prior de Bruis.            Foto: Jesús Cardiel

 En ese caso, el prior estimó que la Virgen de Bruis había intercedido de manera decisiva en favor del hallazgo del cuerpo del pobre niño Felipe, ya que no se podían consideran como casuales los siguientes hechos:

Que lloviera la tarde de la desaparición, quedando el cuerpo de Felipe cubierto por el barro y la broza, y protegido de las alimañas y aves carroñeras.

Que el cuerpo apareciera prácticamente incorrupto, pese al calor del estío.

Que la mujer que descubrió el cuerpo llevara por nombre María.
      
Que a María López le hubiera quedado mies sin segar y que por ello tuviera que volver unos días más tarde.

Que dicha mujer se dirigiera ese día a Cortanaz desde Bruis y no desde La Paúl, como normalmente hacía.

Que una nueva tormenta dejara el cuerpo al descubierto y junto al portillo por donde habría de pasar su descubridora.

 No es aquí mi intención juzgar ni los propósitos ni la fe del prior de Bruis  (allá cada uno con sus creencias), pero creo que en este caso el bueno de Don Manuel subestimó el entendimiento de aquellos que leyeran su relato, pues ver en todos estos hechos la intervención de la Virgen, se me antoja algo forzado: de querer asistir en socorro del pobre niño y su familia, creo que los favores de Nuestra Señora habrían sido bien distintos.



[1] Costelación, según el lenguaje de la época
[2] Esta documentación se encuentra en el Archivo Diocesano de Barbastro y la he podido consultar gracias a una reproducción amablemente cedida por Jesús Cardiel Lalueza.

martes, 14 de abril de 2020

Joaquín Lanau, un cartero de récord Guinness.



La figura del cartero ha sido un elemento fundamental en la vida de nuestros pueblos, especialmente en aquellos tiempos no tan lejanos en los que las comunicaciones terrestres eran difíciles –cuando no inexistentes- e impensables los avances en la tecnología de las telecomunicaciones que hoy en día tanto disfrutamos.

La llegada del cartero era recibida por todos, unas veces con ilusión, otras con temor. De su cartera lo mismo salían buenas nuevas del hijo que estaba lejos que el anuncio de la pérdida de un ser querido, lo mismo besos y promesas del ser amado que citaciones para cumplir con algún enojoso deber, lo mismo el diario editado en la capital de la provincia que la carta del banco recordándonos lo sacrificado que era ahorrar unas pesetas.

Seguramente que los carteros, de poder hacerlo, elegirían ser portadores solamente de buenas noticias. Bueno, no sé si todos…  pero lo que sí es seguro es que al protagonista de nuestra historia de hoy le habría gustado que así fuera.

Joaquín Lanau Cosculluela, nacido en Palo en 1878, comenzó a trabajar como cartero el seis de octubre de 1910. Desde entonces, y hasta la fecha de su jubilación en 1954, recorría cada día, a pie, una buena parte del valle de La Fueva repartiendo el correo entre sus vecinos.

Su jornada comenzaba a las seis de la mañana. De la puerta de Casa Lucas, en Palo, se dirigía  a Mediano, donde recogía el correo en Casa Senz. De allí, vuelta a Palo para dejar la correspondencia en Casa Sastre y comer a temprana hora -sobre las 11,30 de la mañana-.

Joaquín Lanau Cosculluela, carteros, Casa Lucas
Joaquín salía cada mañana de Casa Lucas.    Foto: Chema Vías

Tras la comida se iba a Morillo de Monclús, en concreto a Casa Román, donde dejaba la correspondencia destinada a los residentes en Buetas, Rañín, Formigales y el propio Morillo.

Después de Morillo, su siguiente destino era Casa Cambra, en Tierrantona. Y de allí, al caserío de El Plano para entregar el correo que luego se repartiría entre las distintas aldeas de Muro de Roda.

Tras abandonar El Plano, vuelta a Palo. Antes de llegar a casa, en las temporadas en las que el día alargaba, aún le quedaban fuerzas para sumarse a las labores agrícolas que sus familiares estuvieran realizando en las fincas próximas al camino.

Se calcula que Joaquín recorría a pie más de 40 kilómetros diarios, y a un ritmo tan elevado que hacía que seguirle el paso fuera misión imposible. Debido al mal estado de los caminos y la inexistencia de puentes, cuando se topaba con los ríos Usía y Formigales y éstos bajaban crecidos, se tenía que descalzar para atravesarlos; no importaban ni el frío ni los hielos.

Joaquín Lanau Cosculluela, carteros, Casa Lucas
Joaquín Lanau en 1960.   Foto cedida por Jorge Cella

Y así, día tras día (salvo los domingos y el día de Navidad) durante 44 años, aunque parece que en los últimos tiempos recibía la ayuda de su hijo y de sus nietos.

Tantos años de servicio y esfuerzo no pasaron desapercibidos y poco tiempo después de su jubilación, el diario Nueva España de Huesca, en su edición del día 24 de febrero de 1955, le dedicó un artículo en el que se elogiaba su infatigable labor. En dicho artículo se hacía un cálculo de la distancia recorrida por Joaquín Lanau a lo largo de su vida laboral: multiplicando los kilómetros andados en cada día de servicio -46 según el diario- por los 16.060 días en los que se mantuvo activo (44 años x 365 días al año), resultaba un total de 738.760 km. Lo que venía a significar que, dado que el perímetro de La Tierra es de 40.075 km, nuestro protagonista habría caminado el equivalente a más de 18 vueltas al mundo.

Joaquín Lanau Cosculluela, carteros, Casa Lucas, Nueva España, periódicos
Titular del artículo que el diario Nueva España dedicó a Joaquín Lanau (24-02-1955).


Sin ánimo de restar méritos a la hazaña, creo que al redactor del diario se le fue un poco la mano en sus cálculos. No serían 365 los días trabajados cada año, sino 312, puesto que los carteros no trabajaban los domingos ni el día de Navidad. Esto rebajaría a 15,75 el número de vueltas al mundo, una cifra nada desdeñable y un récord al alcance de muy pocos.

Además de su inestimable entrega al trabajo, a Joaquín le adornaban otras virtudes. Pese a ser una persona de carácter serio, acentuado por la pérdida de un hijo durante la Guerra Civil, estaba siempre dispuesto a hacer favores a sus vecinos, quienes solían hacerle encargos aprovechando  su continuo ir y venir por los pueblos del valle. De esa bondad podemos dar cumplido testimonio en mi familia ya que, gracias a su intervención y a la de Joaquín Arasanz  -alias “Comandante Villacampa”-, se pudo evitar el trágico destino que aguardaba a mi abuelo, Antonio de Viu.

No me gustaría terminar sin agradecer a la familia Lanau, de Casa Lucas, toda la información que me han aportado, en especial a Argimiro, Mireia, Rosario y Jorge. Sin su ayuda todo habría sido mucho más difícil.