martes, 14 de abril de 2020

Joaquín Lanau, un cartero de récord Guinness.



La figura del cartero ha sido un elemento fundamental en la vida de nuestros pueblos, especialmente en aquellos tiempos no tan lejanos en los que las comunicaciones terrestres eran difíciles –cuando no inexistentes- e impensables los avances en la tecnología de las telecomunicaciones que hoy en día tanto disfrutamos.

La llegada del cartero era recibida por todos, unas veces con ilusión, otras con temor. De su cartera lo mismo salían buenas nuevas del hijo que estaba lejos que el anuncio de la pérdida de un ser querido, lo mismo besos y promesas del ser amado que citaciones para cumplir con algún enojoso deber, lo mismo el diario editado en la capital de la provincia que la carta del banco recordándonos lo sacrificado que era ahorrar unas pesetas.

Seguramente que los carteros, de poder hacerlo, elegirían ser portadores solamente de buenas noticias. Bueno, no sé si todos…  pero lo que sí es seguro es que al protagonista de nuestra historia de hoy le habría gustado que así fuera.

Joaquín Lanau Cosculluela, nacido en Palo en 1878, comenzó a trabajar como cartero el seis de octubre de 1910. Desde entonces, y hasta la fecha de su jubilación en 1954, recorría cada día, a pie, una buena parte del valle de La Fueva repartiendo el correo entre sus vecinos.

Su jornada comenzaba a las seis de la mañana. De la puerta de Casa Lucas, en Palo, se dirigía  a Mediano, donde recogía el correo en Casa Senz. De allí, vuelta a Palo para dejar la correspondencia en Casa Sastre y comer a temprana hora -sobre las 11,30 de la mañana-.

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Joaquín salía cada mañana de Casa Lucas.    Foto: Chema Vías

Tras la comida se iba a Morillo de Monclús, en concreto a Casa Román, donde dejaba la correspondencia destinada a los residentes en Buetas, Rañín, Formigales y el propio Morillo.

Después de Morillo, su siguiente destino era Casa Cambra, en Tierrantona. Y de allí, al caserío de El Plano para entregar el correo que luego se repartiría entre las distintas aldeas de Muro de Roda.

Tras abandonar El Plano, vuelta a Palo. Antes de llegar a casa, en las temporadas en las que el día alargaba, aún le quedaban fuerzas para sumarse a las labores agrícolas que sus familiares estuvieran realizando en las fincas próximas al camino.

Se calcula que Joaquín recorría a pie más de 40 kilómetros diarios, y a un ritmo tan elevado que hacía que seguirle el paso fuera misión imposible. Debido al mal estado de los caminos y la inexistencia de puentes, cuando se topaba con los ríos Usía y Formigales y éstos bajaban crecidos, se tenía que descalzar para atravesarlos; no importaban ni el frío ni los hielos.

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Joaquín Lanau en 1960.   Foto cedida por Jorge Cella

Y así, día tras día (salvo los domingos y el día de Navidad) durante 44 años, aunque parece que en los últimos tiempos recibía la ayuda de su hijo y de sus nietos.

Tantos años de servicio y esfuerzo no pasaron desapercibidos y poco tiempo después de su jubilación, el diario Nueva España de Huesca, en su edición del día 24 de febrero de 1955, le dedicó un artículo en el que se elogiaba su infatigable labor. En dicho artículo se hacía un cálculo de la distancia recorrida por Joaquín Lanau a lo largo de su vida laboral: multiplicando los kilómetros andados en cada día de servicio -46 según el diario- por los 16.060 días en los que se mantuvo activo (44 años x 365 días al año), resultaba un total de 738.760 km. Lo que venía a significar que, dado que el perímetro de La Tierra es de 40.075 km, nuestro protagonista habría caminado el equivalente a más de 18 vueltas al mundo.

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Titular del artículo que el diario Nueva España dedicó a Joaquín Lanau (24-02-1955).


Sin ánimo de restar méritos a la hazaña, creo que al redactor del diario se le fue un poco la mano en sus cálculos. No serían 365 los días trabajados cada año, sino 312, puesto que los carteros no trabajaban los domingos ni el día de Navidad. Esto rebajaría a 15,75 el número de vueltas al mundo, una cifra nada desdeñable y un récord al alcance de muy pocos.

Además de su inestimable entrega al trabajo, a Joaquín le adornaban otras virtudes. Pese a ser una persona de carácter serio, acentuado por la pérdida de un hijo durante la Guerra Civil, estaba siempre dispuesto a hacer favores a sus vecinos, quienes solían hacerle encargos aprovechando  su continuo ir y venir por los pueblos del valle. De esa bondad podemos dar cumplido testimonio en mi familia ya que, gracias a su intervención y a la de Joaquín Arasanz  -alias “Comandante Villacampa”-, se pudo evitar el trágico destino que aguardaba a mi abuelo, Antonio de Viu.

No me gustaría terminar sin agradecer a la familia Lanau, de Casa Lucas, toda la información que me han aportado, en especial a Argimiro, Mireia, Rosario y Jorge. Sin su ayuda todo habría sido mucho más difícil.


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