Entre el invierno y la primavera de 1761 hubo en La Fueva una
epidemia[1] que
afectó principalmente a los niños menores de 12 años. En su desesperación, los padres de las criaturas enfermas se encomendaban a la Virgen de Bruis con la promesa de que, si éstas
sanaban, acudirían a su santuario como muestra de agradecimiento. Con esa
intención se presentó en Bruis José Zazurca en la mañana del domingo 21 de
junio, acompañado de su esposa, Teodosia
Castillón, y de sus tres hijos, procedentes todos ellos de El Humo de Rañín, su
lugar de residencia.
Santuario de Bruis. Foto: Chema Vías |
Ese día el santuario presentaba una gran
concurrencia de público ya que, como todos los terceros domingos de mes, se
celebraba allí la misa y procesión de la Cofradía de La Minerva. En medio del
gentío, José Zazurca y su mujer se despistaron y perdieron de vista a Felipe, uno
de sus hijos, de 10 años de edad. Tras intentar localizarlo en vano, los padres
dieron la voz de alarma y muchos de los asistentes a los oficios religiosos
comenzaron a buscarlo en el interior de los edificios del santuario y por todos los
caminos y campos del entorno. El ayuntamiento de Palo instó a sus vecinos
para que se sumaran a las labores de búsqueda. Por la tarde, una fuerte
tormenta interrumpió el rastreo y éste no se pudo reanudar hasta el día
siguiente. Se organizó una batida conjunta formada por vecinos de Palo y de
Rañín, llegando hasta la desembocadura del río Usía en el Cinca, pero todo
fue en balde: no había rastro del pobre Felipe.
Como pasaban los días y no se producían novedades en el caso, las gentes de la zona comenzaron a buscar culpables de la desaparición: unos decían que era cosa de brujas, otros, del Diablo y, algunos, de los propios clérigos del santuario, a quienes acusaban de ocultar al niño para que se lo llevase el pintor que estaba decorando en aquellos días la sacristía del templo. Juan Lissa, tío del desaparecido, prometió a la Virgen un donativo de 20 reales para que intercediera por su aparición, ya fuera vivo o muerto.
Se buscó a Felipe en todas las dependencias del santuario. Foto: Chema Vías |
Como pasaban los días y no se producían novedades en el caso, las gentes de la zona comenzaron a buscar culpables de la desaparición: unos decían que era cosa de brujas, otros, del Diablo y, algunos, de los propios clérigos del santuario, a quienes acusaban de ocultar al niño para que se lo llevase el pintor que estaba decorando en aquellos días la sacristía del templo. Juan Lissa, tío del desaparecido, prometió a la Virgen un donativo de 20 reales para que intercediera por su aparición, ya fuera vivo o muerto.
La
noticia del triste suceso se extendió por toda la provincia y se corrió la voz
de que en Bruis se robaban niños. Como consecuencia de ello, muchos feligreses dejaron de asistir al santuario acompañados de sus hijos.
El 21
de julio, aprovechando que el día anterior había llovido, una vecina de Palo llamada María
López, se dirigió a la partida de Cortanaz para segar algo de mies que se había
quedado sin cosechar por estar demasiado seca. Cuando se disponía a cruzar el
barranco por un pequeño portillo, descubrió, atravesado en fondo de su cauce, el
cuerpo sin vida del pequeño. Éste se hallaba vestido con la misma ropa que
llevaba el día de su desaparición y apenas presentaba muestras de corrupción, pese
al tiempo transcurrido desde entonces. El único signo de violencia que mostraba
era un golpe en la cabeza.
Tras
ser reconocido por la justicia y familiares, el cadáver fue trasladado a la iglesia de Palo,
donde recibió sepultura. El tío y los
padres de Felipe acudieron posteriormente al santuario de Bruis para cumplir
con la promesa realizada a la Virgen.
![]() |
Antiguo camino a Morillo de Monclús. Foto: Chema Vías |
Todo
parece indicar que el día de su desaparición el niño habría salido de Bruis
por el antiguo camino de Morillo y, al llegar a la altura de la balsa que
tenían los de casa Sánchez en Cortanaz, lo perdió y tomó el sendero que se
dirige al barranco. Al intentar cruzarlo caería al fondo del mismo, falleciendo como consecuencia de un fuerte golpe en la cabeza. La tormenta que cayó esa tarde
arrastró mucha tierra y broza, quedando el cuerpo del infortunado oculto a la
vista de los que lo buscaban. Y así debió permanecer durante un mes, hasta el
día 20 de julio, cuando una nueva tormenta limpió el cauce del barranco y el
cadáver quedó al descubierto. Según testimonio de algunos vecinos de Palo, una bandada
de cuervos habría estado volando y graznando alrededor del barranco un par de
semanas antes del hallazgo del infortunado.
El
relato de los hechos ha llegado hasta nosotros gracias a Manuel López, entonces
prior de Bruis. Parece ser que en aquella época las rentas del santuario habían
disminuido de manera considerable y el prior pensó que dejando constancia por
escrito[2] de las
gracias y favores que la Virgen de Bruis dispensaba a sus creyentes, la fama de
ésta se acrecentaría y volverían las dádivas y limosnas de los fieles,
recuperándose así el esplendor del santuario.
Narración de Manuel López, prior de Bruis. Foto: Jesús Cardiel |
En ese
caso, el prior estimó que la Virgen de Bruis había intercedido de manera decisiva en favor del
hallazgo del cuerpo del pobre niño Felipe, ya que no se podían consideran como
casuales los siguientes hechos:
Que lloviera la tarde de la
desaparición, quedando el cuerpo de Felipe cubierto por el barro y la broza, y protegido de las alimañas y aves carroñeras.
Que el cuerpo apareciera prácticamente incorrupto, pese al calor del estío.
Que la mujer que descubrió el cuerpo llevara por nombre María.
Que el cuerpo apareciera prácticamente incorrupto, pese al calor del estío.
Que la mujer que descubrió el cuerpo llevara por nombre María.
Que
a María López le hubiera quedado mies sin segar y que por ello tuviera que
volver unos días más tarde.
Que
dicha mujer se dirigiera ese día a Cortanaz desde Bruis y no desde La Paúl,
como normalmente hacía.
Que
una nueva tormenta dejara el cuerpo al descubierto y junto al portillo por
donde habría de pasar su descubridora.
No es aquí
mi intención juzgar ni los propósitos ni la fe del prior de Bruis (allá cada uno con sus creencias), pero creo
que en este caso el bueno de Don Manuel subestimó el entendimiento de aquellos
que leyeran su relato, pues ver en todos estos hechos la intervención de la
Virgen, se me antoja algo forzado: de querer asistir en socorro del pobre
niño y su familia, creo que los favores de Nuestra Señora habrían sido bien distintos.
[1] Costelación, según el lenguaje de la época
[2] Esta documentación se
encuentra en el Archivo Diocesano de Barbastro y la he podido consultar gracias
a una reproducción amablemente cedida por Jesús Cardiel Lalueza.